miércoles, 28 de septiembre de 2011

18:00 hs. día Jueves.
Hacía veinticuatro días habías venido a trabajar. Sólo le faltaban apenas veinticuatro horas para tomar el colectivo que lo llevaría de nuevo al norte. Su norte apreciado. ¡Sí! Trabaja veinticinco días de corridos y volvía a ver a su hija. Se quedaba cinco o seis días y volvía al sur, por veinticinco días de trabajo.
Su pensamiento estaba compartido, en el regalo que le llevaría a su hijita, de sólo cuatro años. Algo para la gordi, su esposa. Y en terminar la tarea que le había encargado su supervisor. Le había dicho: "Garza terminame esa estructura y te vas tranquilo..." y había rematado con un ''Y si terminas hoy o mañana a la mañana, te tomas el medio día". Esas palabras fueron marcando sus ideas, tendría más tiempo para comprar esos regalos. Y no andaría como siempre, a las corridas.
Faltaban tres hierros para que esa bendita estructura tomara forma. Las pondría hoy y mañana con un par de horas de retoque quedaría lista.
Pidió la hidrogrúa para levantar el perfil, no era pesado, pero todo se levantaba con grúa. Estaba ocupado el camión con la hidro. Sus pensamientos volvieron a su hija, la veía contenta. Despertándose a la madrugada, cuando él llegaba. Con ese hermoso regalo que le llevaría. Miró el camión, tendría que esperar media hora más. Recordó los postes y troncos que movía a hombro, en su norte natal. No lo dudó, pidió ayuda y decidió colocar la viga a pulso. No sería mucho más pesada que los postes que el movía. Se ofreció ''el entrerriano''. Tomaron el perfil para llevarlo a la posición que había marcado el arquitecto para armar la estructura. No era pesado, sí incómodo para maniobrarlo. Tal vez, Dios desvió un segundo la mirada y lo dejó sin su protección. O tal vez porque su mente no estaba del todo en su trabajo. El entrerriano dijo ''¡Mis dedos!'', él quiso ayudarlo y el perfil resbalo, se vino de punta. Quiso sacar su pie, fue tarde. Sintió el golpe, un gran dolor le recorrió la pierna. Acudieron a ayudarlo sus compañeros. Le sacaron el botín de seguridad, qué ironía. No habían sido para nada seguros. Su pie sangrando y rápidamente se hinchaba. Alguien tomó un vehículo, lo llevaría al sanatorio. Entró, dejando el rastro de sangre, saltando con un solo pie. Todo le parecía como en una película.
Una enfermera limpia la herida, un médico ordena una placa. Ahí estaba la triste realidad. Su empeine triturado, sala de cirugía, operación, clavos. Se despierta, eran las cinco de la mañana. Qué ironía del destino, era la hora que llegaría a su casa y despertaría a su hijita para darle el regalo. Estaba solo, recordó su casa, su familia, su norte. Miró su pie con clavos y enyesado. Pensó en hijita y sólo lloró, lloró de amargura. Lloró de bronca, por esa desgracia. Y, ¿Qué mal hizo? Si, él sólo vino al sur a llevarle el pan para su hijita. Que tendría que esperar unos cuantos días más por su regalo.